Desde la mística judía (kabbalah) pasando por varias sabidurías y filosofías perenes se nos informa que el ser humano alrededor de sus 40 años de edad experimenta un sentir vital y profundo que le conmueve y que requiere de atención.
¿Qué tendrá el número 40? Acaso es casual que exista la cuarentena postparto, que tardemos 40 semanas aproximadamente en gestar un hijo, que grandes líderes espirituales de muchas religiones se exiliaran 40 días y 40 noches para obtener la sabiduría de las leyes de funcionamiento universal para ser luego predicadas, que se realicen cuarentenas para cambiar patrones mentales o creencias y se instauren nuevas formas de vivir y pensar, que una maratón se corra en 42 km… ¿será casualidad?
Lejos de la “suerte” o “mala suerte”, el 40 no es un número casual sino causal y cuántico. Junto con el 4, el 44 y otras familias numéricas más. En el ámbito de la astrología, de la ciencia cuántica y de la numerología es una cifra muy abordada.
Si nos centramos en el impacto del número 40 en el ser humano podríamos decir que más o menos lo sitúa en el ecuador de su paso biológico por la vida. Aproximadamente la media de edad se sitúa a fecha de hoy cercana a los 80 años de vida. Así, se presenta pues como un punto central del camino donde toca decidir si bajar o subir, si girar el rumbo 180 grados o si, a la vista de la nueva voz que impera en nosotros, el rumbo se gira más grados.
En cualquier caso y, quien esté cerca de esa edad, la haya cruzado o una vez cruzada intuya su llegada, es cierto que entorno a esa cifra sucede “Algo”. Algunos le llaman crisis vital, otros abismo, vacío existencial, depresión, etc. Está casi unánimemente consensuado que el ser humano experimenta el vacío.
Un vacío que de no conocer su llegada ya hará que se presente cuanto menos, perturbador. Si le añadimos que ante su melodía elegimos inconscientemente pasarla por alto y sepultarla, la sensación ya no será de perturbación sino de malestar profundo. Y si a sabiendas de su existencia decidimos conscientemente creer que tenemos el control sobre su dimensión, se presenta en bandeja un auténtico tsunami.
Cada uno experimenta el vacío a su manera, acorde a su carácter, personalidad, contexto, necesidades vitales cubiertas o no, desde enfoques proactivos o reactivos. Inclusive hay gente que se le acelera y se le presenta antes de esa cifra mágica provocando más dolor. A veces una gran inteligencia o talento o sensibilidad elevada puede hacer que la persona acceda a las puertas del abismo sin tener ni tan siquiera formada su habilidad cognitiva y emocional, eso ya es muy peligroso dado que puede confundirse con patologías cuando en realidad es una maduración del Ser.
¿Y exactamente que es el vacío? Dado que no comparte una comunicación estándar y generalizada es difícil describir sus sensaciones, sentires y actuaciones desencadenantes en términos generales y absolutos.
Comparto aquí lo que para mí fue el vacío y como lo crucé (o aun, quien sabe, cruzándolo). A mis 42 años, llevando a la espalda 7 años del camino de consciencia y auto indagación mediante terapias y recursos holísticos, empiezo a sentir un hueco físicamente hablando en mi corazón. Le acompañaba una sensación de cansancio, de haber completado una carrera maratoniana, de un aburrimiento, de una falta de ilusión, alegría y pocas o escasas ganas de “hacer” y “aprender”. No alcanzo a ver lo que es y simplemente me digo “ya pasará, son fases”. Ahí enterré la pólvora para que hiciera su estallido a los 45 años donde sentí, observé, acepté y me rendí. Acepté que la vida que estaba llevando carecía de sentido, que mi alma clamaba otra dirección en vivir más en tranquilidad y con menos carga de quehaceres. Vivir en formato slow para valorar cada detalle y rincón, para poder parar, respirar y “darme cuenta” de lo que sucedía en mí y en mi alrededor, para apreciar, agradecer cada instante, para nutrirme del placer que provocan las cosas que están a nuestro alrededor y que las prisas me impiden ver. Gracias a la meditación diaria de mis 20 minutos descubrí que esa forma de vivirme es la que deseaba mi Yo profundo y divino. Y que ya no podía sostener más el personaje y la imposición de un modo y estilo de vida, de hacer, de sentir, de pensar y de trabajar distinto. Estaba mudando de la consciencia sumisión-esclavitud hacia la consciencia libertad-responsabilidad.
Había completado un proyecto de vida enorme que, si bien era vital y muy deseado para mí, constituía una meta que, una vez alcanzada, me desplomó y me hizo creer que la vida se reduce a una consecución de metas, una tras otras, una acumulación de resultados. Las metas son necesarias y, por encima de ellas, hay la súper meta, o proyecto de vida o sentido de vida. Es la madre de todas las metas, que algunas veces se completa en vida y otras no nos alcanzan los 80 años. Da lo mismo, saber, conocer, sentir, apasionarse por TU proyecto o sentido de vida hace que estés en el camino y, la meta, es estar en el camino.
Necesité baños de humildad, honestidad y sinceridad conmigo misma (valores para mi desconocidos ya que vivía bajo la soberbia, orgullo y tiranía de mi Yo Quiero). También necesité un compromiso profundo de confiar que es así tal cual lo siento ahora y que decido girar el timón y cambiar el rumbo, me casé con el universo y accedí a soltar el control, una vez hecho, ya no puedes volver atrás so pena de pasar por sufrimiento.
Valió la pena, y lo que vale la pena no resulta fácil, así que también decidí mantener un acompañamiento en algunos momentos espiritual, en algunos momentos transpersonal, juntos se recorren más km. Añadí el humor, el buen entendimiento de que la vida es paradójica: cuanto más control me he esforzado en tener más descontrol he tenido de mi vida y, para alcanzar la libertad, tuve que dejar de ser esclava de mis exigencias, perfecciones, de mis sombras y resultados y, sobre todo, cambiar la voz de mi Yo crítico para sustituirla por la Voz de mi alma.
Seguimos el camino, ahora ya con conocimiento de que la vida es movimiento, de que fue a los 40 y quizás volverá, eso sí, ahora no me cogerá por sorpresa ni asustada y desprovista de herramientas. Que es imprescindible vivirlo con paciencia, amor, confianza y con goce. Ahora le abriré la puerta y le daré entrada marcando yo la visita por mis Yoes. Al fin y al cabo, somos seres espirituales viviendo una experiencia humana que únicamente se nos pide que disfrutemos aprendiendo.