Las leyes o teorías científicas y, en especial, las basadas en la física y funcionamiento del universo son para todos irrefutables, incuestionables. ¿Acaso alguien osa cuestionar el principio de flotabilidad de Arquímedes, las leyes de Kepler, de termodinámica, de gravitación? No obstante, estas leyes permanecieron antaño ocultas hasta que personas conscientes y expansivas dieron con ellas.
En el acto de más expresión sobérbica del ser humano, un buen día nos tatuamos en nuestro cuerpo, mente y sentir que la perfección existe y que, entre los objetivos de la raza humana, está el trabajar, amar, luchar y provocar ser perfectos. Asimilamos perfección a reconocimiento social, éxito económico, ausencia de dolor, inexistencia de errores, es como la meta a alcanzar para poderte ganar el cielo y la identidad de tu Yo.
Excelencia, complitud, armonía, orden, equilibrio no es perfección. La perfección es el intento humano de controlarlo todo y a todos y de rechazar (sea consciente o inconscientemente) su naturaleza divina, su naturaleza transracional. Dejando a un lado los dogmas religiosos o fundamentalistas, intentar llegar a ser “perfectos” es un acto de desafío que podríamos empezar a verlo como un acto agresivo. Al igual que no osamos cuestionar las leyes físicas, ¿por qué damos como creencia absoluta e irrefutable que debemos ser perfectos? ¿Qué significa ser perfectos? ¿quién o qué marca el cánon artificial de perfección?
Si volteamos para mirar la historia de la humanidad veremos que, tras múltiples conflictos armados, genocidios, actos terroristas, escalofriantes eventos traumáticos en determinadas razas o civilizaciones existe el deseo vehemente de ser e imponerse a la perfección.
A nivel individual, en una mirada “micro” y no “macro”, observemos como esta creencia inconsciente de ser perfecto nos afecta a nuestros quehaceres diarios. Respira hondo dos veces, deja de leer y otórgate unos minutos para indagar en ti como vives la perfección y como te impacta. Pregúntate ahora: ¿qué siento cuando cometo un error? ¿mi bienestar está marcado por el “qué dirán los demás” de mí? ¿Cómo reacciona mi cuerpo cuando me solicitan hacer una tarea que para mí es nueva? ¿qué hago cuando las cosas no salen como yo quería o tenía previsto? ¿soy Yo lo que hago?
Reserva tus reflexiones para ti y cuando hayas avistado un “darme cuenta” sobre las indagaciones que te he propuesto, compártelas si quieres.
Romper con la exigencia de perfección es un acto de cirugía fina y requiere de autodeterminación y confianza en uno mismo. Una herramienta sencilla y poderosa puede ser la de cuestionar todo lo que nuestra mente nos susurra a modo de “imperativo”. P. ej. “apresúrate a hacer el trabajo rápido y bien, está en juego tu promoción de categoría” / “no llores delante de los niños, que van a pensar de su madre, debes ser un referente de seguridad y solidez” / “con lo que te has engordado, no vayas a cenar con tus amigos, que dirá la gente cuando te levantes para ir al baño y vea las piernas que se te han puesto”. Cuestiona, dialoga con tu pensamiento para validar si es cierto, objetivo y real, y eficaz, ¿te sirve? ¿para qué pensar y cumplir con la orden que te da? ¿Quién es esa voz?
>Empleada a fondo la herramienta citada, nos queda un eslabón más a ejercitar para destronar la dictadura de la perfección: salir del modo dual. Es indudable que al ser humanos y vivir en la materia física una característica intrínseca es que nos vivimos desde la fragmentación y des de la dualidad: bueno-malo; justo-injusto; límite-exceso; odio-amor; triunfo-fracaso. De esta manera, otorgamos un juicio de que, en cada extremo hay por un lado la perfección y por el otro la imperfección. Quién odia, quien es malo, descontrolado es imperfecto. Sí, es correcto, al igual de imperfecto del que ama, sonríe, es bueno y equilibrado. Pero como que tenemos que estar en uno de los dos extremos, si estamos en el de la “imperfección” dirigiremos toda nuestra energía para tapar, ocultar y fingir esa parte y aparentar que estamos en el extremo de la perfección. La manzana envenenada: detrás de una verdad se esconde el veneno.
Esta lucha crea un peaje caro, el peaje de tener patrones destructivos de desamor con uno mismo; creencias y pensamientos tóxicos que a veces se vuelven compulsivos e inclusive, crean trastornos psicológicos. Por ello, intentar trabajar en la no dualidad y en pro de la unidad, soltar el juicio hacia nosotros mismos y hacia los demás y comprender que estamos todos aprendiendo a ser lo que realmente somos, amor, nos puede ofrecer una vida en paz y en un orden dinámico. Deja de ser lo que no eres para Ser lo que realmente eres.