Cuando nacemos vivimos condicionados a las vivencias, experiencias, acontecimientos, creencias y formas de vida de nuestra familia, instituciones, sociedad y comunidad. Sin saberlo, ya están diseñando parte de nuestra visión de vida y, en consecuencia, de nuestro comportamiento en y frente a la vida. Todos los distintos tipos de condicionamiento tiene bajo mi perspectiva un eje común increbantable e incuestionable: la dualidad entre el bien y el mal. Hay que buscar el bien y rechazar el mal, cueste lo que cueste, por qué no nos gusta la imperfección del ser y menos si tenemos que exhibirla en la familia y la sociedad. De esta forma, aprendemos des de bien temprano a mentir, tapar, ocultar, culpabilizarnos y juzgarnos a fin de poder mostrar y ser lo que “Debe” ser bajo unos cánones y dogmas subjetivos frente a lo que realmente se “Es”.
Así, lo que inicialmente era una dualidad entre lo bueno y lo malo se convierte en una tiranía de lo “Bueno”. Lo malo de cada uno hay que censurarlo, evitarlo y nunca integrarlo ni mostrarlo. Esta forma de comprensión y camino en el transcurso de la vida puede ser útil en una fase temprana de evolución, al fin y al cabo, se articula como un sistema de protección que, aunque equívoco, surte efectos a corto plazo. Nos permite configurar nuestra propia imagen y salir al mundo con una estructura aparentemente fuerte y equilibrada para la sociabilización.
Sin embargo, al alcanzar una edad determinada (que en cada caso puede variar en función de la expansión y contenido del nivel de conciencia en el que cada Ser se encuentre) se empieza a sentir una tremenda y profunda sensación de vacío. Un vacío que, de no ser escuchado, puede conducirnos hasta casi la locura, esa locura de sentir que no sabemos quién somos ni que sentimos, un sinsentido de misión y proyecto de vida, un auténtico pozo negro, como una Sombra que no sólo nos sigue a todas partes, sino que ya empieza a chillarnos para ser escuchada.
“Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. Carl Jung ya abrió la posibilidad a esa “Sombra” del Ser, ese aspecto incómodo de cada persona humana a la que, o se le da cabida en uno mismo y se le ama, o sino acontece la repetición de eventos dolorosos convirtiendo el sufrimiento en un modo vital de funcionamiento.
Personalmente, para mí es un aspecto que me copa mucho mi atención por lo cierto y verdadero que resulta: somos parte luz y parte oscura y nuestra parte oscura está al servicio de nuestra luz, al servicio de enseñarnos y mostrarnos que puede ser transformada y que nos ofrece la posibilidad de expandir nuestra conciencia y ascender a un estado mayor del ser y de alma. En consecuencia, es vital observar esa parte que no nos gusta, que nos obligaron a censurar, que no encaja. Una vez observada (ahí es clave la atención plena como herramienta meditativa) podemos dejar de luchar contra ella y preguntarle que viene a ofrecernos para poder ser y estar en paz. Muchas veces la sombra, lo oscuro, sólo quiere ser escuchada e integrada para después, tras enseñarnos estos valores de no culpabilizar ni juzgar a uno mismo ni a los demás, desvanecerse y transformarse en un nuevo valor y principio rector de vida. Otras veces, su misión es más tajante e impulsadora y permite realizar no únicamente una enseñanza de conciencia sino un cambio radical del sentir y del actuar en el mundo. Sea cuál sea su finalidad, es evidente y casi irrefutable, que el mal, la sombra, lo oscuro, no deja de ser “Luz Oscura” que necesita expresarse, brillar y ser transformada con el objetivo de abrir y expandir la conciencia del ser humano, tanto a nivel individual como colectivo, favorece el tránsito del “homo sapiens al homo amans”, el tránsito del Ego al Yo profundo como camino para transcender a la Conciencia universal y no individualista. Es de dentro a fuera, iluminar des de Uno hacia lo infinito y no subjetivo.
Ahora bien, ¿cómo se manifiesta la sombra, lo oscuro? Cuanto más tarda en reconocerse e integrarse el Mal más sofisticado se vuelve su expresión. El instrumento del Testigo Consciente nos permite identificar emociones, pensamientos, conductas, enfermedades y rasgos físicos –muy interesante en este sentido los libros de Lise Borbeau- que desean brillar y ser validados para transformarse darnos paz.
Las manifestaciones mentales y emocionales de la “Sombra” pueden ser varias, tales como: exigencias irracionales hacia uno mismo; pensamientos compulsivos de miedos inexistentes; sentimientos constantes de culpa por no ser ni hacer; dependencias y apegos a lo material –que en varios aspectos se convierten en adicciones-; necesidad imperiosa de perdonar y ser perdonados; y un sinfín de sentires y pensamientos confusos y desubicados. Cuando ya alcanza un volumen muy elevado, dichas manifestaciones mentales y emocionales sólo tienen una forma de llamar la atención, que es la enfermedad o dolencia corporal. En este desencadenamiento de malestar, sólo cabe parar, respirar, sentir y actuar. Permitir conocerse a uno mismo, ver toda la complejidad y diversidad de cada uno como un todo, ni bueno ni malo, simplemente, como “Es”.
Cuando sentimos nuestras partes oscuras como una forma más de expresión de nosotros mismos y, lo más importante, como camino para trascender y poder aprender a expandirnos hacia la Unidad es ahí cuando todo cesa, toda manifestación incómoda (en los niveles mental, emocional y físico) se convierte en una Oportunidad por abrirnos paso a descubrir y permitir actuar a nuestro verdadero “Yo Soy”. Este proceso, aunque el Ego nos diga que requiere de tiempo, de esfuerzo, de sometimiento y de renuncia, es un proceso rápido, consciente y que sucede de “repente” siempre que estemos dispuestos a cambiar, a tomar lo que somos para dejar de ser lo que no éramos. ¿Qué se necesita? Confianza y certeza absoluta en algo mayor a nuestra subjetividad, en algo supremo que busca la complitud de todos los seres en Uno (“One Soul”) y que, a la vez, sepan convivir con su Yo egóico en aras a servir al fin común de la Unidad del Ser y del Universo, en suma: Trascender del Yo subjetivo al Yo infinito y no fragmentado por condicionamientos y estadios limitantes de la materia.
Una herramienta bastante fructífera para reconocer y hacer consciente la Sombra es sustituir la Reacción por Respuesta. Entendiendo “Respuesta” como acto meditado y observado antes de ser expresado. Ante un Suceso (S) no reacciono, sino que observo el contexto, me observo a mí como un global que integra sentimiento, emoción y pensamiento y ofrezco la Respuesta ajustada a mi Ser en el estado de conciencia en el que estoy. Así, la fórmula termina con una Consecuencia, que no será ni buena ni mala, sino simplemente la mejor Consecuencia que en El Ahora debía suceder, tomando la vida sin resistencia ni lucha.
Si finalmente nos rendimos y nos dejamos tocar por esa divinidad, esa Luz pura de lo que supone Aceptar y Aceptarse, entonces, todo Sucede. Sucede la resolución del malestar, de la dolencia, de la inquietud, de la intranquilidad, de la ansiedad, del sufrimiento y llegamos a conseguir oscilar entre lo bueno y lo malo con amabilidad, respeto y amor en un mundo físico que inevitablemente es fragmentado y dual y que, con certeza, sabemos que no es el fin sino un medio para aprender y reconocer el estado sublime real y verdadero de los seres humanos. Tocamos tierra con el cuerpo a merced de saber que el cielo está dentro de nosotros y es a donde llegaremos con nuestra toma de conciencia y el sentir de que la propia búsqueda de ese sentir único ya otorga el estado de plenitud. No hay resultado a alcanzar en este estado de consciencia, es la propia vía la que otorgar el “cielo en la tierra”.
El simple hecho de tomar conciencia, de darse cuenta de esta nueva visión del ser, de no ocultar lo no tan bello, de soltar el impermeable que cubre lo no visionado, hace que con uno mismo sintamos paz y una soledad sostenida y amorosa. Sabemos que no todo podemos mostrarlo por qué, ni se debe ni se puede, uno muere con su verdad, una verdad íntima, aceptada, integrada y que sirve al bien común, al bien del ser sin resentimiento ni explosión incontrolada de emociones y pensamientos dañinos, sino puros de aceptación y amor.