Las conductas adictivas son como las raíces de un árbol, se extienden a lo largo y fondo del suelo sin saber hasta dónde llegan. A pesar de estar escondidas y a expensas de lo oscuro y retrogrado del nivel visible, aportan los nutrientes, la salvia y el agua que sustenta y hace crecer la parte visible y florecida del Árbol.
¿A caso podríamos negar que el mal o la tendencia al mal no entraña una paradoja en sí misma? Quién ha experimentado una vivencia de dolor, de mal hasta incluso de su hermana gemela el sufrimiento sabe que, si es vivido con una cierta presencia, se esconde tras él un manantial de sabiduría, aprendizaje y luz. Y, entonces ¿por qué pareciera que la adicción hay que combatirla, exterminarla, negarla, esconderla y matarla? Pues por qué no entendemos cuál es la función del mal, la función intrínseca de la conducta adictiva. Como si de un monstruo gigante y demonioso se tratara salimos tras él a escondidas para matarlo. No obstante, y quién ha tenido conductas adictivas sabrá de que hablo, parece que siempre vence, siempre nos huele, nos capta, nos atrapa, es una fuerza malvada que tiene energía centrífuga.
Tras ello, ¿cómo vencer el núcleo duro, el epicentro de la conducta adictiva? Sin duda cabe, que se debe transitar por asistencia terapéutica multidisciplinar para poder, cuál de cebolla se tratara, ir limando las subcausas de la adicción y alcanzar el centro, el lugar donde se haya la llave de la auto sanación. Y así es, en un momento determinado, sucede que se produce la auto sanación. No hay fórmula, receta, pastilla, tratamiento, ni el mismísimo Dios podría salvarnos de la adicción más que uno mismo.
A estas alturas, creo que el mejor apoyo o la mejor palabra es: sigue buscando hasta hallar con tu llave que, en el día menos esperado, con la mínima intervención acaecida, sucede la sanación y cae la conducta. Al igual, sino hemos trabajado en la práctica de la atención plena y observación, se nos pasará por alto que fue lo que lo resolvió, pero, al fin y al cabo, se habrá resuelto.
En varios sujetos y, con el fin de si cabe, que resuene a quién esté leyendo, la adicción esconde un viejo y común patrón ancestral de la Sumisión. Quien, sin saberlo, ha encarnado en un sistema familiar, inclusive transgeneracional, en conductas y pensamientos de sometimiento a una energía determinada, llevará en su ADN la información y el dolor de vivir en el marco de la impotencia por no poder alterar una circunstancia o hecho, la desesperación por no ser lo suficientemente fuerte para atacar y resignándose a congelarse o morir. Bañado de intensas emociones, el cuerpo y la masa inconsciente del Ser luchará para que una y otra vez se vivan experiencias similares a fin de que el sujeto “se dé cuenta” de toda la película y desarticularla a fin de vivirse en bienestar profundo y verdadero. Ante ello, ¿qué mejor patrón de Sumisión y Sometimiento que la relación de esclavitud (amo-sirviente) que se genera con cualquier conducta adictiva?
La rotura de los grilletes del esclavo surge cuando ya no teme al amo, cuando comprende profundamente des de la inteligencia más elevada, que el amo no está para ganar si no para ayudarle a crecer y para que gane el sirviente. Si conseguimos relacionarnos así con el mal, toda conducta, experiencia, persona u objeto que inicialmente nos hace mal acaba siendo la llave que nos abre para ser libres y vivir en paz. Miremos de frente, permitamos que nuestra mente y emociones acoja al “intruso” no con miedo sino con actitud de principiante y le preguntemos: ¿qué vienes a mostrarme? Bien seguro que, si nos acogemos y nos servimos a la práctica Mindfulness o meditativa recibiremos respuesta, pues ya no habrá resistencia, lucha, miedo sino actitud de crecer, aceptación, paciencia y amor a uno mismo aun y nuestras limitaciones adictivas.